Hepatitis C

La hepatitis C es la enfermedad que se produce por el virus que lleva su mismo nombre: el virus de la hepatitis C (VHC o bien HCV en inglés). Este virus coloniza el hígado del huésped y, a diferencia por ejemplo del virus de la Hepatitis B (VHB o HBV) no se integra en el genoma de las células, por lo que con un tratamiento efectivo el paciente se puede curar.

No fue hasta el año 1989 cuando Choo y su equipo pudieron aislar por primera vez el Virus de la Hepatitis C, y antes de su descubierta el virus era llamado por la comunidad médica como virus de la hepatitis no A no B. Dentro de la filogenia del virus, existen 7 genotipos diferentes, y dentro de estos también se clasifica en subtipos cada uno de estos genotipos. En España el más prevalente es sin duda el genotipo 1, seguido por los genotipos 3 y 4, y en menor medida el 2. Dentro del genotipo 1, clasificamos dos subtipos: el 1a y el 1b. Es importante conocer el genotipo del virus sobre todo para establecer la opción de tratamiento más óptima; así por ejemplo, el genotipo 1 es el más prevalente en España pero a su vez es uno de los más difíciles de erradicar, al menos con la terapia tradicional basada en interferón (IFN).

Es difícil saber con exactitud cuántas personas hay que presentan infección crónica por el HCV; en España se estima que son entre el 1,5 y el 2,5% de la población, lo que equivaldría a unas 700.000 personas. La dificultad de conocer el número exacto de personas se basa en que esta enfermedad a menudo no manifiesta ningún síntoma específico, y son muchas las personas que no conocen que están infectadas.

La gran mayoría de contagios de hepatitis C fueron entre la década de 1950 a 1980, y esto es debido a que hasta 1989 no se puedo aislar el Virus de la Hepatitis C, y este aspecto junto con la reutilización de material médico sin esterilizar correctamente fueron los principales causantes de que una gran mayoría de transfusiones sanguíneas que fueron realizadas durante estos años fueran portadoras del virus, con el consiguiente contagio.

Síntomas

Cuando el Virus de la Hepatitis C entra en el cuerpo, éste produce una infección aguda, que en algunos pacientes tiene unos síntomas muy parecidos a una gripe: cansancio, náuseas o dolor abdominal, etc, y es por esto que a menudo pasa desapercibida.

Una vez ha pasado la infección aguda, en algunos casos el propio sistema inmune es capaz de eliminar el virus, ya que funciona de manera que nuestro cuerpo reconoce al VHC como un agente extraño y el sistema inmunitario se pone en marcha para atacar y eliminar cualquier rastro de virus. Esto hace que estos pacientes no presenten entonces carga viral detectable en los análisis. Lo que sí se ve en un análisis es un marcador de que se ha estado en contacto con el virus: los anticuerpos anti-HCV. Esto es debido a que nuestro sistema inmune tiene una “memoria” que guarda en forma de estos anti-VHC, la señal de que el virus ha estado ya en contacto con el organismo y hay que eliminarlo.

Por desgracia, en la mayoría de casos (entre un 70-80% del total), después de la infección aguda el cuerpo no es capaz de eliminar el virus y esta infección se establece permanente, es lo que se llama infección por Hepatitis C crónica. Esta infección es asintomática en muchos de casos, y por tanto pasa desapercibida para el paciente. Aunque también puede manifestarse a través de síntomas poco específicos, como cansancio, molestias leves en la parte superior derecha del tronco o falta de apetito, lo normal es que las personas que no saben que tienen hepatitis C convivan durante mucho tiempo con la infección porque a priori esta dolencia no les provoca nada que les haga sospechar de ella.

Se pueden presentar, independientemente de en qué estadio de la enfermedad se encuentre el paciente, otras manifestaciones llamadas extrahepáticas: crioglobulimenia, glomerulonefritis o la porfiria cutánea tarda son patologías que se ha visto que están relacionadas con el Virus de la Hepatitis C, y a menudo pacientes que acuden al médico por estas enfermedades son posteriormente diagnosticados de la hepatitis como causa de estos síntomas, que de por sí ya son una patología concreta.

Con el paso de los años, si no se interviene con un tratamiento, la infección va evolucionando, y una vez la enfermedad hepática ha avanzado hasta llegar a cirrosis descompensada es cuando se ven las consecuencias evidentes: encefalopatía hepática, ascitis o la aparición de hepatocarcinoma (este último no necesariamente relacionado con la cirrosis descompensada) son acontecimientos que puede ocasionar esta fase de la enfermedad, y en muchos casos termina conllevando la necesidad de un trasplante de hígado.

Por lo tanto, los síntomas que provoca en el organismo el Virus de la Hepatitis C son poco específicos, y a menudo pasan desapercibidos. Así pues, en caso de sospecha de contagio, lo más importante es acudir al médico y explicar los motivos de la sospecha, y el especialista será el que decida qué pruebas hacer para confirmar el diagnóstico.

Contagio

El Virus de la Hepatitis C se contagia por vía sanguínea. Hasta la descubierta del virus en 1989, se producían numerosos contagios al realizar transfusiones sanguíneas porque no se realizaba ningún test de detección del VHC, pero a partir de ese año, toda transfusión sanguínea ya se realiza siempre y cuando se haya confirmado que la muestra está libre de virus a través de la detección de anticuerpos anti-VHC.

Hoy en día, el número de contagios es muy reducido en comparación con años atrás. Se cree que los principales focos de contagio actuales se centran en el uso de drogas por vía parenteral (es decir, inyectable) con agujas contaminadas. Otras formas de transmisión son:

  • Transmisión materno-infantil
  • Transmisión sexual, el contacto sexual agresivo y sin tomar las medidas de protección adecuada (uso de preservativos) puede llevar a un contacto sanguíneo y por tanto al contagio. Usar preservativo es la mejor barrera de protección, tanto para evitar contagios de las personas infectadas por el VIH, como para el VHC. A menudo, las personas infectadas por el Virus de la Inmunodeficiencia Humana están coinfectadas en un porcentaje significativo también por el Virus de la Hepatitis C.
  • Consumo intranasal de cocaína utilizando materiales compartidos.

Con el uso de un preservativo en las relaciones sexuales y de material desechable sin reutilizar se minimiza el riesgo de contagio de la hepatitis C en prácticas de este tipo.

Tratamiento

A diferencia de otras hepatitis víricas, la infección por HCV se puede eliminar porque este virus no se integra en el genoma del paciente; así pues con una terapia farmacológica efectiva el paciente dejará de presentar el virus.

El tratamiento del HCV ha evolucionado mucho en estos últimos años, y hoy en día están apareciendo fármacos innovadores que atacan directamente al virus y logran eliminarlo cada vez en menos tiempo de tratamiento y con menos efectos secundarios.

Los primeros tratamientos, basados en interferón (IFN), posteriormente interferón pegilado (peg-IFN) y ribavirina presentaban tasas de eficacia diferentes en función del genotipo del virus. Así por ejemplo para el genotipo 2 y 3, la eficacia se acercaba al 80-85% de los pacientes que se trataban, mientras que para los pacientes con genotipo 1 o 4 del virus de la hepatitis C las tasas de eficacia estaban entre el 50-60%. Estos tratamientos presentaban una tolerabilidad difícil de llevar porque los pacientes sufren numerosos efectos secundarios debido a la terapia farmacológica, como síndromes pseudogripales o anemia. Además, el tiempo de tratamiento, variable también en función del genotipo, oscilaba entre 24 y 48 semanas; incluso algunos pacientes llegaron a hacer tratamientos de 72 semanas de duración. Además, esta terapia lo que ejerce es una estimulación del sistema inmune del paciente para que pueda así eliminar el virus, pero el interferón pegilado y la ribavirina no atacan directamente el virus y su ciclo de replicación.

Desde el año 2011 está disponible en España la primera generación de Antivirales de Acción Directa (AADs) para el VHC, que son fármacos que atacan directamente al virus en sus distintas fases de replicación. Los primeros en aparecer fueron los inhibidores de la proteasa del virus de primera generación: Telaprevir y Boceprevir; que sólo están indicados para el Genotipo 1 del virus. La adición de estos fármacos al peginterferón y la ribavirina dio paso a la llamada triple terapia para el HCV. Este avance supuso para los pacientes el poder alcanzar tasas de curación cercanas al 80% en algunos casos, aunque en otros pacientes más difíciles de tratar, como por ejemplo los pacientes cirróticos, o aquellos que ya habían fracasado a un tratamiento previo, la eficacia seguía siendo menor. El principal inconveniente para estas terapias fue su mala tolerabilidad; al añadir al peginterferón y la ribavirina un tercer medicamento como fue telaprevir o boceprevir, los pacientes sufrían numerosos efectos secundarios como reacciones dermatológicas, anemias o fatigas graves. Otro inconveniente de estos fármacos fue el acceso que sufrieron los médicos y pacientes a poder recibirlo; debido a su precio y las circunstancias económicas generales, en muchos centros se restringió su administración a pacientes que presentaban ya una patología avanzada, dejando sin poder tratar a aquellos que presentaban un grado de fibrosis leve.

Desde hace algunos meses, se están aprobando fármacos antivirales de acción directa con numerosas mejoras respecto a los anteriores, por ejemplo, simeprevir, un inhibidor de proteasa del HCV de segunda generación; sofosbuvir, un inhibidor de la polimerasa o daclatasvir, un inhibidor del complejo de replicación del virus. Estos fármacos pueden administrarse en más genotipos del virus de la hepatitis C, mejoran de manera significativa la seguridad y tolerabilidad con respecto a los inhibidores de proteasa de primera generación y representan una revolución porque por primera vez pueden administrarse entre ellos como tratamientos combinados libres de interferón, con unas tasas de curación que superan el 90%. Futuras combinaciones de fármacos están también en desarrollo y con prometedores resultados, aunque la garantía de acceso a estas terapias en muchos países es incierta.

Lo que sí es evidente es que el tratamiento del Virus de la Hepatitis C ha experimentado un cambio en positivo en estos últimos años, y es importante que aquellos pacientes que lo precisen puedan disponer de terapias efectivas y con los mínimos efectos secundarios.

Prevención

Hoy en día no hay ninguna vacuna contra el HCV, sobretodo porque éste es un virus que persiste en múltiples genotipos y muy variables entre sí, cosa que dificulta mucho para los investigadores el encontrar una diana efectiva para eliminar el virus. Está en fase de investigación temprana alguna vacuna, pero por el momento se tardarán años poder demostrar su eficacia y seguridad antes de disponer de ella.

Desde el sistema de salud, las medidas adoptadas con el uso de la sangre y derivados sanguíneos para la detección del Virus de la Hepatitis C han permitido reducir de manera muy notable el número de contagios y por tanto de nuevas infecciones. Los pacientes infectados por el VHC, además de ser conscientes de la progresión de su enfermedad, también deben saber cómo evitar transmitirla a los demás, algunas de estas medidas de prevención son:

  • No donar sangre ni órganos, ya que esta es la vía por la cual el VHC se contagia.
  • Usar preservativos en las relaciones sexuales.
  • No compartir artículos de higiene personal que puedan contener sangre, ya que el VHC puede mantenerse activo incluso durante horas fuera del organismo.

Al igual que con el VIH, también es importante la concienciación en la población sobre las conductas de alto riesgo, porque sólo así se puede tomar consciencia de que adoptar medidas de prevención es la mejor manera de evitar contagios.